Maquiavelo es el primer malvado maestro con el que todo estudiante de política debería caminar para no creerse esa película tan repetida de que las instituciones depositarias del poder representan la salvaguarda de los intereses generales o una suerte de contrato social. La asociación negativa de su nombre en el lenguaje coloquial no revela sino el miedo a que se conozca la verdad sobre el origen del poder y las formas de alcanzarlo y mantenerlo. El consejero florentino fue el primero en decir que el poder es, antes que nada, una relación social y un conjunto de instrumentos de producción de hegemonía ideológica de un grupo contra otro. Maquiavelo, además, junto a otros malditos como el Marqués de Sade, Hobbes, Lenin o Schmitt, sigue siendo una influencia que algunos considerarían demasiado peligrosa para aquellos que quieren entender y practicar la política desde el antagonismo. Este libro, digámoslo claramente, quiere ser un homenaje a las amistades políticas peligrosas. Por él desfilan una selección de malvados profesores, algunas de cuyas enseñanzas usaremos para analizar varias películas que nos servirán para plantear cuestiones como la nación y la memoria histórica, la violencia política, el colonialismo, la posmodernidad capitalista en América Latina o el género. Aquí el cine no es solo un entretenimiento intelectual, sino un medio para hablar de la política como la entendía el consigliere del principe, esto es, como la ciencia del poder. Maquiavelo frente a la gran pantalla tiene varios precursores a los que debo agradecer haberme motivado para hacer primero notas, artículos y trabajos académicos, que después he podido convertir en este libro. Mi primer agradecimiento es para mis alumnos de los cursos sobre cine y política que he impartido durante los últimos años en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. La discusión con ellos, así como sus comentarios y observaciones durante las clases y en las cañas que solían suceder a las mismas, han sido una referencia y una motivación constantes. Si el trabajo intelectual tiene como ingrediente imprescindible la pasión, yo debo la mía a mis estudiantes. Pero también estoy en deuda con muchos profesores y colegas. Todos los docentes y compañeros de clase a los que disfruté en el European Graduate School de Suiza y en la Universidad Carlos III de Madrid, donde empecé a investigar en serio sobre la importancia política del cine, han dejado una huella en mí que aparece de diferente manera en este libro. De entre los profesores del EGS quiero agradecer especialmente a Slavoj Žižek, a Michael Shapiro, a Giorgio Agamben, a Elia Suleiman, a Judith Butler, a Jacques Rancière, a Michael Hardt y al responsable de la mejor escuela de filosofía de los media del mundo, Wolfgang Schirmacher, por lo mucho que me enseñaron y por las conversaciones y discusiones que me brindaron. De entre los profesores de la Universidad Carlos III, Montserrat Iglesias, Andrea Greppi, Daniel Verdú Schumann, Carmen González, Domingo SánchezMesa y Ángel Bahamonde me dieron ideas para la reflexión y la investigación sin las cuales este trabajo no existiría. Los consejos de Tomás Rodríguez, de Ediciones Akal, fueron cruciales para revisar y mejorar el manuscrito original que presenté. Su paciencia, infinita, es mucho más de lo que nunca habría podido esperar. Ha habido además muchos colegas y amigos que han leído partes de este trabajo cuyos consejos y observaciones me han sido muy valiosos. A riesgo de cometer algún olvido imperdonable no quiero dejar de mencionar a Carolina Bescansa, Manuel Canelas, Laura Casielles, Ramón Cotarelo, Íñigo Errejón, Jesús Espasandín, Ana Domínguez, Javier Iglesias, Olivia Isidoro, Ariel Jerez, Denis Maguire, Ana Méndez, Juan Carlos Monedero, Jorge Moruno, Amaya Olivas, Enrique Olivas, Rocío Ramos, Miguel Romero, Ricardo Romero, Pablo Sánchez, Tania Sánchez, Luisa Turrión, Ángela Vázquez, César de Vicente y Raimundo Viejo. Por último, hay personas a las que no es necesario mencionar pero cuya presencia y amor es condición de posibilidad de todo cuando uno pueda hacer. Una precisión antes de cerrar este prefacio. Este libro huye del sistematismo que correspondería a un manual que quisiera apoyarse en el cine como recurso pedagógico o docente para alumnos de ciencia política, tarea que reservamos para un proyecto posterior. Por el contrario, Maquiavelo frente a la gran pantalla está dirigido a cualquier interesado en el análisis político de las películas de las que nos ocupamos y en los temas sobre los que reflexionamos. Mis estudiantes siempre me han dicho que ven las películas de otra forma después de haber asistido a mis clases. Espero se me disculpe la arrogancia de desear que a los lectores de este libro les ocurra lo mismo. CAPÍTULO I Gramsci en el cine (a modo de introducción) Pensar significa resistir los modos dominantes de representar el mundo. Michael J. Shapiro La naturaleza que habla a la cámara no es la misma que la que habla al ojo. Walter Benjamin Este libro quiere ser un reconocimiento al impacto en las ciencias sociales (y en particular en la ciencia política) de los estudios culturales y poscoloniales. Tal impacto sirvió, tanto en muchos países periféricos como en Estados Unidos y en Europa, para conjurar, esperamos que de una vez por todas, los estrechos márgenes de una disciplina que estuvo encorsetada mucho tiempo por el dominio del institucionalismo y del behaviorismo. Por desgracia, en nuestro país, los estudios políticos no han terminado de desencorsetarse, como prueban las agendas de trabajo del mainstream politológico español, centradas casi exclusivamente en el estudio de los partidos y los regímenes políticos, el Gobierno y la Administración del Estado, los sistemas electorales o la teoría política entendida solo como teoría del Estado. Por eso nos ha resultado una empresa muy gratificante llevar al primer plano del análisis político el cine, entendido como productor de imaginarios y consensos hegemónicos, como revelador privilegiado de verdades políticas y como fuente de conocimiento teórico. Vamos a defender no solo que el cine es un ámbito de producción política directa a través de la llamada gobernanza cultural, sino que sirve además para pensar y reflexionar teóricamente lo político. Es cierto que el cine ocupa hoy un lugar secundario en relación a otros dispositivos de la cultura audiovisual, como la televisión o internet, a la hora de producir imaginarios políticos. Sin embargo, no es menos cierto que la estética propia del lenguaje cinematográfico puede alcanzar niveles de valor epistémico mucho mayores que los del resto de la cultura audiovisual, al permitir al espectador, de una manera distinta a la televisión, tomar esa posición crítica y analítica de la cámara señalada por Walter Benjamin y por Bertolt Brecht. En este libro buscaremos también en el cine la política, entendida como conjunto de relaciones antagónicas de poder en las que el antagonista (el otro) es, como dijo Edward Said, parte consustancial de los discursos hegemónicos y sujeto fundamental de la resistencia en el ámbito de la cultura a través de discursos contrahegemónicos. En el cine, como espacio cultural específico que sirve de escenario de representación de las dinámicas políticas, se configuran imaginarios, se interpretan los conflictos y se forman consensos. A través del análisis de la representación de esas dinámicas en algunas películas (y, en algunos casos, teniendo en cuenta sus obras literarias de referencia), intentaremos detectar esos discursos hegemónicos y contrahegemónicos (poderes y contrapoderes) centrándonos en la representación del colonialismo y en la construcción heteronormativa de la feminidad. Decía Santucci, quizá junto a Valentino Gerratana el más grande estudioso y editor de la obra de Antonio Gramsci, que el legado fundamental del pensamiento político del genio sardo era haber definido la crítica de la cultura y de las ideologías dominantes como la tarea de investigación política fundamental (Santucci, 2005, p. 38). Asumiendo este legado gramsciano, este libro pretende ser, desde su modestia, una prueba más de que la política no solo se encuentra en el Estado y en sus instituciones (como pretende el liberalismo) o en el Estado como dispositivo institucional derivado y al servicio del orden económico (como oponía cierto marxismo), sino también en la cultura mediática como espacio generador de los imaginarios y de los sentidos comunes, determinantes para entender los consensos que nunca han dejado de configurar eso que llamamos poder. La gestión política de la cultura, por mucho que les cueste entenderlo a las estrechas mentes institucionalistas, va mucho más allá de programas concretos de administraciones y abarca un conjunto de prácticas artísticas públicas y privadas, institucionales y no institucionales, que son determinantes para entender cómo se construye el poder en un mundo más massmediado que nunca. Nuestra primera exploración será, desde este punto de partida gramsciano, la del concepto de hegemonía cultural a través de la idea de cultural governance, esto es, los caracteres de las formas artísticas (en nuestro caso el cine) mediante las que se crean comunidades culturales coherentes (Shapiro, 2004). En ese conjunto de procesos que forman identidades y consensos, el cine desempeña un papel privilegiado que, en general, no ha sido todo lo atendido que debiera por los estudiosos de la política, especialmente en nuestro país. Lo que algunos autores llaman prácticas de sentido (Cairo y Franzé, 2010, p. 14) suelen ser mucho más determinantes para entender el comportamiento político y la opinión pública que las técnicas derivadas de la obsesión politológica por la persuasión del votante que ha dominado durante años los estudios sobre la comunicación política. Como señalaba Trenzado Romero en un influyente artículo a propósito de la relación entre el séptimo arte y la ciencia política, el cine tiene un papel político crucial como mediador del imaginario colectivo a la hora de construir identidades (2000, p. 54). En el segundo capítulo de este libro vamos a tratar de ejemplificar esto con el cine de memoria histórica, analizando la película de Andrzej Wajda Katyń (2007) que nos servirá para entender la representación y mitificación de algunas de las claves de la identidad política conservadora polaca. Compararemos después la película de Wajda con el cine reciente sobre la Guerra Civil española cuyo resultado político fundamental ha sido, a nuestro juicio, el de asentar una cultura del consenso y la reconciliación (cuando no del olvido) en nuestra memoria histórica reciente. Para ello analizaremos Ispansi de Carlos Iglesias como síndrome del problema de la guerra de España para la conciencia colectiva, y Balada triste de trompeta de Álex de la Iglesia como algo parecido a una terapia.
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